lunes, 15 de abril de 2024

Crítica cinematográfica a La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1971)

Valoración 10/10

Esculpiendo el revés del alma.

Fondo en rojo

Fondo en azul

Fondo en rojo.

Y entonces aparece Alex, ese primer plano de su rostro que te hiela la respiración y su voz en off, mientras la cámara se va alejando para ir mostrando el Moloko Bar en todo su esplendor y decadencia. Comienza La Naranja Mecánica el juego perverso más inquietante, y descorazonador de la historia del cine, amoral y destructivo pero a la vez tan atrayente que no podrás dejar de mirar mientras Kubrick se regodea con una dirección de otro mundo, consiguiendo exprimir de la pura monstruosidad una belleza visual que no hace si no aumentar el desconcierto ante la dureza y la explicitud de las imágenes que desfilan sin tregua ante tus ojos.

La primera vez tenía 15 años. Un nuevo Videoclub había abierto en mi barrio y disponía de todas las obras de Kubrick, algunas de ellas ya las había visto, La Naranja, no. Y como había escuchado de aquí y de allá que era cuanto menos impactante esperé a una tarde en la que me quedaba solo en casa y corrí raudo a alquilarla con el nerviosismo añadido de saber que estaba haciendo algo prohibido.

Fondo en rojo. Créditos. Suena “Singuing in the Rain”. Fin.

La experiencia fue como un martillo y me provocó algo parecido a un método Ludovico, a pesar de no apartar la mirada ni una sola vez, mi distanciamiento hacia lo maligno se multiplicó desde aquel día casi hasta el infinito, como un manual de muchas de las cosas por las que había que luchar para que nunca se posaran en mi interior.

Tuve suerte de entender a Kubrick de esa manera.

Unos años después y tras muchas películas juntos le puse La Naranja Mecánica a mi pareja pero sus ojos solo la soportaron media hora.

“Quítala por favor, es horrible”.

Debí haber intuido que esa sería su reacción, cuando yo aún estaba construyendo el revés de mi alma, ella ya tenía un muro infranqueable en él.

Me sentí afortunado porque hubiera entendido a Kubrick de esa manera.

Y La Naranja Mecánica regresó a los cines recientemente. Estuve allí. La presencié meramente como arte, mientras pausadamente iba comprobando en el revés de mi alma que no había nada de Alex en mi, y tampoco de muchos de los peculiares personajes que pueblan la película y que son tanto o más peligrosos que él.

Y al salir del cine palpé mi alma. Volví a considerarme un tipo con suerte.


(Del Libro "EL CINE QUE RESPIRA", Oviedo 2014)







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