Valoración 10/10
Esculpiendo el revés del alma.
Fondo en rojo
Fondo en azul
Fondo en rojo.
Y entonces aparece Alex, ese primer
plano de su rostro que te hiela la respiración y su voz en off, mientras la
cámara se va alejando para ir mostrando el Moloko Bar en todo su esplendor y
decadencia. Comienza La Naranja Mecánica el juego perverso más inquietante, y
descorazonador de la historia del cine, amoral y destructivo pero a la vez tan atrayente
que no podrás dejar de mirar mientras Kubrick se regodea con una dirección de
otro mundo, consiguiendo exprimir de la pura monstruosidad una belleza visual
que no hace si no aumentar el desconcierto ante la dureza y la explicitud de
las imágenes que desfilan sin tregua ante tus ojos.
La primera vez tenía 15 años. Un nuevo
Videoclub había abierto en mi barrio y disponía de todas las obras de Kubrick,
algunas de ellas ya las había visto, La Naranja, no. Y como había escuchado de
aquí y de allá que era cuanto menos impactante esperé a una tarde en la que me
quedaba solo en casa y corrí raudo a alquilarla con el nerviosismo añadido de
saber que estaba haciendo algo prohibido.
Fondo en rojo. Créditos. Suena “Singuing in the Rain”. Fin.
La experiencia fue como un martillo y me
provocó algo parecido a un método Ludovico, a pesar de no apartar la mirada ni
una sola vez, mi distanciamiento hacia lo maligno se multiplicó desde aquel día
casi hasta el infinito, como un manual de muchas de las cosas por las que había
que luchar para que nunca se posaran en mi interior.
Tuve suerte de entender a Kubrick de esa
manera.
Unos años después y tras muchas películas juntos le puse La Naranja Mecánica a mi pareja pero sus ojos solo la soportaron media hora.
“Quítala por favor, es horrible”.
Debí haber intuido que esa sería su
reacción, cuando yo aún estaba construyendo el revés de mi alma, ella ya tenía
un muro infranqueable en él.
Me sentí afortunado porque hubiera
entendido a Kubrick de esa manera.
Y La Naranja Mecánica regresó a los
cines recientemente. Estuve allí. La presencié meramente como arte, mientras
pausadamente iba comprobando en el revés de mi alma que no había nada de Alex
en mi, y tampoco de muchos de los peculiares personajes que pueblan la película
y que son tanto o más peligrosos que él.
Y al salir del cine palpé mi alma. Volví
a considerarme un tipo con suerte.
(Del Libro "EL CINE QUE RESPIRA", Oviedo 2014)
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