Valoración 10/10
La niñez.
Hubo un tiempo en el que encender la
televisión podía ser sinónimo de entretenimiento, evasión y calidad. Hace
muchos años de eso pero a menudo mis
ojos de niño vuelven al pasado cuando a traición una televisión encendida te
escupe en la cara la triste realidad actual en donde programas que solamente
dan vergüenza ajena se suceden una y otra vez, día tras día en todas las
cadenas donde apenas existe ya un espacio para el buen cine.
En mi lejana niñez con solo dos canales
a nuestra disposición solía haber al menos una gran película diaria. Un día
tocaba Primera Plana, al siguiente Días de Vino y Rosas o tal vez Vértigo, o
Sopa de Ganso o por que no El Golpe.
Mi edificio era un corral de niños
cinéfilos. Cuando terminábamos nuestra enésima carrera de chapas o cuando una
resignada madre nos decía una y otra vez que ya iba siendo hora de dejar de
machacar las teclas del Spectrum comunitario que tenía el niño rico del 2º B,
sabíamos que después de la cena tocaba una película más como parte
indispensable de nuestro crecimiento.
Recuerdo la noche que pusieron El Golpe. Mi padre ya me avisó por la mañana “la de esta noche si que es buena”, dijo. Aquel día El Golpe fue la comidilla en el patio vecinal. Todos los papás habían avisado a sus respectivos vástagos y la tarde se nos hizo muy larga, más aún sabiendo que uno de los protagonistas era aquel tipo que una vez se había tragado 50 huevos, hazaña por la cual era considerado un héroe indiscutible entre todos nosotros.
Y vimos El Golpe. Y no hay nada más que decir, salvo que el efecto que causó en nuestras vidas perdura hasta hoy.
Y que así sea por muchos años.
(Del Libro "EL CINE QUE RESPIRA", Oviedo 2014)
No hay comentarios:
Publicar un comentario