Valoración 8/10
La aprendiz y el cadáver.
La descomposición del ser
humano y la juventud en incesante búsqueda se entrelazan en este desolador
relato de autodestrucción, pesimismo y miseria. De un lado de la balanza
tenemos a un hombre con el corazón y el alma en estado terminal, y del otro a
una joven insegura e inexperta que se deja caer en sus brazos sin preguntas ni
compromiso, en un terreno neutro, vacío de dudas y sentimientos, comenzando un
desgarre en caída libre que desemboca en un harakiri emocional donde solo cabe
la muerte tras el ocaso, o la metamorfosis tras la catarsis.
Puede que Marlon Brando
realice aquí la actuación de su vida cuando transforma a un hombre fracasado, cansado y viejo, en un ogro
que antes de emprender el camino a la tumba, decide zamparse por una vez a una
presa a la que intuye más desorientada e indefensa que si mismo. Él, que sólo
fue un títere en manos de todos, busca la redención imposible a través del
juguete moldeable que se ha encontrado, una María Schneider que se siente
tan fascinada como asqueada bajo las
garras de la bestia.
Obviamente la inevitable
obsesión de Brando por su experimento, camina paralela a la creciente repulsión
que comienza a sentir su conejillo de indias. Tras el choque inicial de
identidades opuestas, él se agarra, no sólo a lo único que le queda, si no
también a la continuación de la única acción valiente (por salirse de la norma)
que ha realizado a lo largo de su existencia. Ella solo quiere desaparecer,
mantenerse lo más lejos posible del territorio que le marcó aquel hombre, por
el que tal vez sintió alguna vez algo noble pero al que ahora ve como alguien
despreciable y ajeno.
Y después de decirse sus
nombres solo queda el abismo. Abismo de rendición y tristeza. Conscientes ambos
de que nunca más serán capaces de volver a amar llega el suicidio, terrenal
para él que ya había jugado (y perdido) todas las partidas, existencial para
ella, marcada para siempre, aceptando desarmada un futuro que odia. Puede que
tal vez fuera su primer encontronazo sexual lo único feliz de sus vidas. Al
menos en aquellos minutos, de sexo animal, no sintieron dolor, solo placer y
libertad, antes de que comenzaran a caminar, tan juntos como separados, hasta
el límite sin retorno de su propio precipicio.
(Del Libro "El Cine Que Respira", Oviedo 2014)
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