miércoles, 19 de junio de 2024

Crítica cinematográfica a El Último Tango en París ( Bernardo Bertolucci, 1972)

 Valoración 8/10 

La aprendiz y el cadáver.

La descomposición del ser humano y la juventud en incesante búsqueda se entrelazan en este desolador relato de autodestrucción, pesimismo y miseria. De un lado de la balanza tenemos a un hombre con el corazón y el alma en estado terminal, y del otro a una joven insegura e inexperta que se deja caer en sus brazos sin preguntas ni compromiso, en un terreno neutro, vacío de dudas y sentimientos, comenzando un desgarre en caída libre que desemboca en un harakiri emocional donde solo cabe la muerte tras el ocaso, o la metamorfosis tras la catarsis.

 

Puede que Marlon Brando realice aquí la actuación de su vida cuando transforma a un  hombre fracasado, cansado y viejo, en un ogro que antes de emprender el camino a la tumba, decide zamparse por una vez a una presa a la que intuye más desorientada e indefensa que si mismo. Él, que sólo fue un títere en manos de todos, busca la redención imposible a través del juguete moldeable que se ha encontrado, una María Schneider que se siente tan  fascinada como asqueada bajo las garras de la bestia.

 

Obviamente la inevitable obsesión de Brando por su experimento, camina paralela a la creciente repulsión que comienza a sentir su conejillo de indias. Tras el choque inicial de identidades opuestas, él se agarra, no sólo a lo único que le queda, si no también a la continuación de la única acción valiente (por salirse de la norma) que ha realizado a lo largo de su existencia. Ella solo quiere desaparecer, mantenerse lo más lejos posible del territorio que le marcó aquel hombre, por el que tal vez sintió alguna vez algo noble pero al que ahora ve como alguien despreciable y ajeno.

 

Y después de decirse sus nombres solo queda el abismo. Abismo de rendición y tristeza. Conscientes ambos de que nunca más serán capaces de volver a amar llega el suicidio, terrenal para él que ya había jugado (y perdido) todas las partidas, existencial para ella, marcada para siempre, aceptando desarmada un futuro que odia. Puede que tal vez fuera su primer encontronazo sexual lo único feliz de sus vidas. Al menos en aquellos minutos, de sexo animal, no sintieron dolor, solo placer y libertad, antes de que comenzaran a caminar, tan juntos como separados, hasta el límite sin retorno de su propio precipicio.


(Del Libro "El Cine Que Respira", Oviedo 2014)




 


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