Valoración 7/10
Cuando Napoleón venció en Waterloo.
Asómense a la historia de Napoleón
Dynamite, el perdedor desubicado de gafas de búho y despiste perpetuo que vive
en su propio microcosmos de soledad y confusión, repudiado por todos sus
compañeros de clase, mientras el caos sobrevuela sobre su estrambótica familia
de freaks y las chicas no lo quieren ni siquiera para reírse de él. Napoleón,
el hombre sombra, con su cabeza llena de ideas extrañas, sin amigos ni besos,
atravesando la adolescencia de fracaso en fracaso, sin enterarse de nada.
Pero si tenemos en cuenta que en esta
historia no existe la lógica y todo se desarrolla digamos al revés, nos
toparemos con una de las mejores comedias sobre adolescentes descerebrados de
los últimos 30 años, y poco a poco iremos viendo que Napoleón no es en realidad
imbécil, si no tan solo diferente. Desde luego su mollera no funciona de manera
convencional, y no puede decirse que el desenlace de sus peripecias atienda a
demasiados méritos personales, pero no importa cuando nos hemos reído tanto por
el camino con una sonrisa liviana entre la perplejidad y la sorpresa.
Merece un aplauso el que en una película
de semejante temática no se mencione el sexo, o se haga un chiste sexual ni
siquiera una sola vez, Napoleón se enamora, claro que sí, pero esto que aquí se
nos presenta más bien parece el enamoramiento de un ángel que cualquier otra
cosa, distanciándose completamente desde el primer momento de todas las
comedias sobre púberes con picores rodadas hasta la fecha.
Y la diferencia vencerá en Napoleón
Dynamite mediante resortes que ni siquiera significan un alegato a favor de los
perdedores que pueblan los institutos utilizando el absurdo como estandarte, si
no que se va más allá y Jared Hess realiza con todos ellos un acto de
conmovedora justicia poética, dándoles un nombre y una dignidad que los redime
tanto de las situaciones difíciles a las que tienen que enfrentarse en su día a
día como del mal enfoque cinematográfico al que siempre se han visto sometidos.
Sí, la realidad es otra, pero si quieren
entrar en esta película y disfrutarla olvídense de ella, si no pueden hacerlo
siempre pueden acudir a American Pie, aunque podría decirse que la distorsión
de las cosas será parecida pero a la inversa. Ante las posibilidades que me
ofrece el cine, yo me quedo con las desventuras de Napoleón, al menos, desde
dentro de su fantasía fluye algo de lo que hoy en día muy pocas películas
pueden ofrecer: honestidad.






