Nolan
ha querido engañarnos. Fabricó su película desde la pretenciosidad, el
estruendo, el efectismo. Pero todo era humo. Miente su guion y miente su Batman
tan aparatoso como vacío. Y miente también su Joker. El Joker post mortem, cuyo
cadáver fue vendido a precio de saldo, a los cuatro vientos, como un títere en
un escaparate de Halloween. Más allá del hastío mediático sólo queda una mueca
que pronuncia palabras inertes. Soliloquios incapaces de provocar sentimientos
pues fallecen en si mismos. Y miente el envoltorio. Como un caramelo de cianuro,
vistoso por fuera, muerto por dentro. Héroes y villanos habitan en Gotham pero
no habita, Gotham, en ellos. Gotham inexistente, Gotham sin personalidad,
megaurbe que nada trasmite y nada siente. Ruido. Ruido para que no veamos, para
que no descubramos la mentira. Donde una cara es artificio y la otra es la
nada. Atropello sucesivo de acontecimientos e imágenes que lejos de provocar
velocidad lo ralentizan todo. Cuando cada secuencia, cada frase han sido
minuciosamente preparadas, se palpa un guion detrás de la cortina y se esfuma
entonces la magia del sueño, desaparece el cine.
Batman no era el hombre murciélago, solo un pobre diablo sin alma. Fijaos, detrás del marketing, de la algarabía, de la necrofilia, está la verdad. Dinero, dinero que Nolan nunca quemará, porque a diferencia de su Joker no quiere que el mundo arda, tan solo quiere llenarse los bolsillos, mientras se ríe (eso sí) con una torcida mueca de todos nosotros.
( Del Libro "EL CINE QUE RESPIRA", Oviedo 2014 )
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